El trayecto de Jericó a Jerusalén que hace el ciego Bartimeo acompañando a Jesús, es el camino que debería hacer todo creyente. Este trayecto contempla los días definitivos, los días del desenlace y el momento culminante de Jesús de Nazaret. Revivir cuanto aconteció en aquellos días y lo que significa para nosotros, sumergiéndonos a través de la liturgia de la Iglesia, en el misterio de salvación que encierra, es el sentido explícito y profundo de la Semana Santa.
El desenlace, una vez que Jesús entra a Jerusalén, es absolutamente sorprendente. Al parecer no va a quedar nada de todo lo que Jesús ha dicho y hecho. Subiendo a Jerusalén, quedan lejos aquellos primeros tiempos de Galilea cuando su palabra atraía multitudes y sus curaciones lo convertían en el centro de atención en todas partes. Al final, el éxito de Jesús de Galilea no parece que tendrá el final esperado por muchos. Las cosas han cambiado, no solo por la oposición que recibirá desde el mundo político y religioso, sino también por la respuesta pusilánime de cuantos inicialmente le seguían. Hasta los mismos discípulos no logran entender lo que está aconteciendo.
La Semana Santa recoge este colofón que define y perfecciona la misión de Jesús de Nazaret. Cuanto sucedió en aquellos días lo celebramos con especial intensidad y atención, ya no como la repetición de un hecho del pasado, sino en el código de una actualización del misterio que es obra del Espíritu en la fecundidad de la liturgia. El cristianismo no es sin más una religión, es sobre todo un acontecimiento que supone ser acogido y, por eso, celebrado en un constante presente: Dios se ha manifestado como amor extremo y con extrema cercanía; la pasión, muerte y resurrección es la cúspide de su revelación, es el máximo acontecimiento. Por tanto, solo el amor perfecto es digno de fe y por ello puede ser celebrado.
Es necesario recordar siempre que el acontecimiento fundante de nuestra fe es el hecho definitivo de la Resurrección, victoria sobre la cruz. A partir de la Resurrección todo cuanto ha acontecido hasta aquí, en el marco de la historia de la salvación, cobra un sobreabundante sentido que descifra plenamente el misterio mismo de Jesús de Nazaret. Esta es la buena noticia que llena de sentido la vocación humana y el futuro definitivo de la humanidad. Justo por esto, en los inicios de la vida cristiana, por un periodo largo de tiempo, no había otra celebración distinta que la Vigilia Pascual. En torno a ella se fue reconstruyendo en la litúrgica de la Iglesia naciente los hechos definitivos de la pasión, muerte y resurrección de Nuestro Señor Jesucristo.
A partir de esto, ante el estupor de esta afirmada fe, las procesiones entran de manera elocuente a narrar, a su modo, con un expresivo y estético lenguaje, lleno de formas y figuras, cargadas de sentido teológico -con la mágica expresión del universo estético-, hasta donde Dios ha querido ir por el rescate del hombre. Por ello, las procesiones se convierten en una expresión cargada de profunda religiosidad, sin recato en el decoro, con exquisito orden y sentido, de modo público y solemne, en la mayor actitud devocional, para dar testimonio explícito de la propia fe, en un horizonte abierto de esperanza que rompa el ritmo y el marco de lo estrictamente inmanente.
Así, se levantan las imágenes para levantar al tiempo el misterio del hombre a la luz de Cristo. La Semana Santa no es el resultado de una elemental hechura humana, cargada de ritos que afirmadamente repetimos y celebramos; nosotros no hacemos la Semana Santa, por el contrario, la Semana Santa nos hace auténtica comunidad de fe. En ella se revela y se esconde el Misterio mismo de la salvación. Y todo se hace en el rigor de una tradición que no se agota en su mística ni en su fuerza. Justo porque la tradición es la transmisión del fuego, no la adoración de las cenizas.
Popayán ha madurado con exquisita atención a través de siglos cada detalle de esta sustentada manifestación religiosa de la Semana Mayor. Tiene el honor de marcar, de modo sublime y solemne, en toda Colombia, la pauta más alta de la celebración del Misterio de la Pasión, Muerte y Resurrección del Señor. Este es uno de sus grandes tesoros y el patrimonio más preciado de esta sensible y sólida comunidad de fe.
De manera similar al trayecto hacia Jerusalén emprendido por Bartimeo para seguir al Maestro, Popayán invita a todos a caminar con Cristo a través de la exquisita atención en cada detalle de esta sustentada manifestación religiosa de la Semana Mayor. La ciudad es pauta en la más alta celebración del Misterio de la Pasión, Muerte y Resurrección del Señor. Este es uno de sus grandes tesoros y el patrimonio más preciado de esta sensible y sólida comunidad de fe.