Ingenieros civiles que se graduaron en el año 1975 de la Universidad del Cauca, se reencontraron durante el reciente fin de semana en la ciudad de Popayàn. Varios de los profesionales de la ingenierìa civil de esa època, se reunieron para celebrar los 50 años de graduados.
Màs de 30 ingenieros civiles procedentes de varias ciudades de Colombia y otros que residen en el exterior asistieron a este encuentro que permitiò primero un encuentro en la finca de Edgar Papamija Diago, el evento acadèmico en el Paraninfo Caldas de la universidad del Cauca y luego el almuerzo en la hacienda Calibìo, asì como otras actividades.
Papamija Diago fue el encargado de hablar en nombre de esta promociòn de la facultad de ingenierìa civil de Unicauca de 1975 en el acto que se cumpliò en el Paraninfo Caldas. Aquì su intervenciòn:
Volver a verte Popayán. Esta vez, de la mano de Maya, el poeta payanés que conoció el exilio
Volver a verte no era solo
Un ligero y constante empeño
Sino anudar, dentro del alma
Un hilo roto del ensueño
Volver a verte era un oscuro
Presentimiento que tenía
De hallarte ajena y sinembargo
Seguir creyendo que eras mía
Y, ya lo ves, del largo viaje
regreso más puro y más fuerte
porque dormí toda una noche
en las rodillas de la muerte
Medio siglo une y separa dos épocas sideralmente diferentes. Corrimos estas calles centenarias y en sus parques y en sus templos y en la penumbra de sus bares lujuriosos hicimos un pacto no escrito con la vida, que hoy venimos a cumplir en el viejo caserón dominico que tantas veces visita nuestros sueños. Por aquí pasó la historia. Frailes, juristas, músicos, poetas y dementes exquisitos, dejaron huella en las piedras del viejo claustro. Aquí coronamos reinas y derribamos leyendas. Ofrendamos a Baco y con la ingenuidad y la mística de los espíritus jóvenes y rebeldes, dimos plazos perentorios para que el invasor saliera de Vietnam, por expresa decisión de caribeños revoltosos, que vinieron a alborotar la bucólica paz de una provincia anclada en el tiempo.
Guardamos esa ciudad noble y patriarcal en los repliegues del alma, y allí permanecen los recuerdos de una juventud que apostaba por la vida y soñaba con un futuro. Siguen erguidos los viejos campanarios, y las casonas blancas permanecen impávidas evocando el paso de los siglos. Añoramos la abundancia de la bondad y la decencia que pululaba en esta tierra, pero llegó la modernidad y hasta las águilas y garzas displicentes buscaron el cielo para abandonar el alfeizar con nostalgia, desterradas por la molicie y la barbarie que desdibujó la razón de sus encantos. Payaneses, caucanos y gentes de provincia afincados en esta tierra, cultivan el deseo recóndito de que vuelvan los gorriones a las buhardillas carcomidas por el tiempo, a evocar los encantos de una villa noble y placentera, donde no cabía el pillaje y la indecencia. Las nuevas generaciones tienen la obligación moral de restaurar ese universo, talvez utópico mas no imposible.
Nosotros cumplimos la misión. Los recuerdos permanecen y reviven este día para congratularnos con el mundo, dando gracias a la vida y a tanta gente amable que soportó nuestra juventud traviesa. La gratitud es un valor espiritual que anida en los recuerdos, y para mí, tiene diferente ubicación somática. Gracias a la universidad, gracias a sus funcionarios, especialmente gracias a nuestros profesores. Si, gracias. Aunque no olvidamos, cómo nos hicieron sufrir con estructuras, ecuaciones y logaritmos. Todavía sueño con ese indeseable cálculo y salto en mis pesadillas buscando soluciones para arrancar una nota decorosa al profesor de grafostática. Pero bueno, nuevamente gracias. Hay en cambio gratitudes que estremecen porque surgen de las entrañas. Gracias a la “mona”, que con irresponsabilidad y generosidad inéditas, nos fiaba el desayuno, sin papeles, sin rut, sin fiadores y sin pedir siquiera una referencia de alguien conocido. Gracias a tantas señoras bondadosas que saciaron nuestras afugias intestinales, casi siempre al debe, pues por falencias o vagancia pura, no teníamos el estipendio pactado. Y con la venia de ustedes, gracias mil al Icetex, y no porque sin su ayuda no hubiésemos triunfado, no, eso, al menos para mí, no tiene trascendencia. Gracias al Icetex porque sin su apoyo, no podríamos esta noche asistir al Sotareño, y mirar a los ojos de Agustin con altivez, porque gracias a esa noble institución, mantuvimos el crédito y la dignidad intactos.
Añoramos tiempos apacibles de provincia, pero no podemos eludir la realidad de la era del silicio. No estamos ad portas de la tercera conflagración mundial, estamos al borde de un nuevo orden y ante la amenaza de destrucción colectiva por el abuso irracional del planeta y la construcción sistemática de la inteligencia artificial, mediante la interconexión de millones de ordenadores que procesan una infinidad de algoritmos incomprensibles.
La red informática no tiene conciencia, no es buena ni mala, no tiene intenciones políticas ni complejos religiosos, los algoritmos que la alimentan son millones y tienen infinita capacidad de generar opciones destructivas, imposibles de anticipar o controlar. Caminamos rauda y peligrosamente hacia la perfección de una inteligencia artificial autónoma
Los algoritmos rigen nuestra vida. Ellos deciden sobre nuestra salud, nuestra economía. Ellos señalan nuestras fortalezas y debilidades. Ellos controlan el amor, el odio y las pasiones humanas, casi todas o todas, para no hablar de la moda y los entretenimientos. Entraron a saco en nuestra intimidad, y están a punto de tomar la dirección de la sociedad
El problema es serio, pero estamos a tiempo para construir un recurso tecnológico democrático que controle los algoritmos, condenando el uso de bots que generan procesos imaginarios, criminales y excluyentes. El escritor Yuval Harari autor de Nexus, reclama con indignación al simio evolucionado de cuatro mil millones de años, que no puede ser tan estúpido, de seguir construyendo su propia destrucción.
¿Dónde está la Universidad del futuro? El Alma Máter que nace en la penumbra del medioevo para sacar al hombre de la luz mortecina de los conventos, para enseñarle a construir los caminos de la libertad, la ciencia y la justicia, cedió el puesto de vanguardia que le asignó la historia, y se puso al servicio del poder y la codicia. El capital puro y duro llegó a diseñar la respuesta del establecimiento al reto del cilicio, dando paso en otras latitudes a los Silycon Valley y a centros tecnológicos que tratan de domesticar los algoritmos.
Nosotros seguimos en la retaguardia, talvez pensando que las amenazas del futuro no nos pertenecen. En Colombia, con el perdón de los presentes, renunciamos a la ciencia y nos quedamos en la retórica y la intriga. La Universidad es víctima de la disolución y del sistema, y como la mayoría de las instituciones públicas y privadas, sufrió el asalto de mercenarios y políticos, que la pusieron al servicio de pedestres intereses, negándole los recursos que le permitan volver a ser la trinchera de la academia, las artes, la música y las letras, así como la depositaria de la ciencia, que le permita adentrarse en los enigmas del futuro.
El observador desprevenido podría pensar que bordeamos el abismo sin esperanza, y que marchamos al basurero de la historia para cerrar el ciclo del homo sapiens, dando paso a los ciclopes de Ulises, o a momias engendradas por la imaginación de Spielberg, sin ética y sin virtudes
En la pasada semana, cuando Popayán se vistió de gala para celebrar la Semana Mayor del mundo católico, volví a recorrer sus calles buscando razones para seguir soñando y las encontré sinfín. Esta ciudad, como casi todas las urbes, caseríos y villorrios de la patria, perdieron en el tiempo su esencia patriarcal y el espíritu indómito de los pueblos andinos y costeros. Rincones tradicionales y santuarios nativos de valor incalculable, acusan el paso de los años y el desprecio, como restos desechables de valores perdidos. Extrañas fortunas mágicas agredieron el paisaje, y las arcas oficiales fueron pasto de bandidos disfrazados de alcaldes y señores. Rábulas incestuosos de todas las pelambres, robaron sin recato, como aquí lo hizo el innombrable que asaltó a la virgen dolorosa para robarle la corona, o como el paisano despreciable que delinquió hasta lo imposible, alzándose con una universidad, incluidos sus alumnos, sus profesores, sus muros, sus pupitres y la tiza. Cierro este doloroso capitulo, recordando el nunca bien olvidado fantástico episodio que ustedes y yo vivimos, cuando facinerosos sin alma, arrebataron en esta ciudad blanca, la flauta a “chancaca”, sin que hubiesen podido robar su música, como lo sentenció poéticamente el vagabundo cultor de nuestra tierra.
Pese a todo, los pueblos mantienen el alma intacta y hay algo en su talante que imprime señorío. Iglesias, campanarios, parques, puertas y balcones permanecen y trascienden desafiando los ataques inclementes del tiempo, de la naturaleza desordenada, y de los barbaros que creen poder cambiarlo todo con su prepotencia o su estulticia. El espíritu de las gentes no se rinde. Hombres, mujeres, niños y ancianos, se convocan periódicamente alrededor de sus santos, mitos y leyendas, en crepitante crisol de pueblos, razas y creencias, para gritar presente al Dios de sus mayores.
Ese día, reverberaba la ciudad en movimiento, con esos soles caniculares que anuncian las tormentas que vienen del Pacífico. Era domingo de ramos. El Pastor arquidiocesano de la ciudad, en magistral oración sacra, retó al ciudadano de la calle, exhortándolo a no inclinar la cerviz ante la concupiscencia y el poder. Su misión es levantar la frente y mirar al horizonte para reescribir la historia. ¡Peregrinos de la esperanza! los llamó el prelado. ¡No permitáis que os roben la esperanza!.
Y es la esperanza la virtud que explica hoy, esta inédita reunión, tras una diáspora de medio siglo, en un recinto solemne y majestuoso, lustrado con la presencia del señor rector, directivos, profesores y funcionarios de nuestra Alma Máter. Fue la esperanza la que mantuvo el deseo de volver, y será la esperanza la que nos mantenga atentos, expectantes y deseosos de seguir dando todo lo que la voluntad indique, a nuestras familias, a nuestros amigos, a la sociedad, y a esta Colombia que tanto duele.
Gracias mil a los ingenieros que construyeron este inédito encuentro que hace medio siglo era una quimera. Gracias mil a quienes dijeron presente para dejar trazas del corazón en esta convocatoria inolvidable. Gracias mil a los que no pudieron compartir con nosotros. Extrañarlos, es otra forma de unirnos en la distancia. Gracias mil a quienes se adelantaron en el inescrutable camino al infinito. Vivifica y conforta sentir su presencia en medio de nosotros. Y finalmente, gracias mil a todos los que han puesto su voluntad y su concurso, para hacer posible un sueño, porque este acto solemne, quedará sin duda guardado eternamente en el cofre inmortal de los recuerdos gratos.
Queridos compañeras y compañeros,
Que enriquecedor volver a vernos para mirarnos al corazón, revivir anécdotas e historias de nuestra segunda patria chica y rogar para que podamos, ojalá muy pronto, repetir esta proeza. Difícil predecir a estas alturas del partido, cuánto tiempo nos resta en la cancha de la existencia. Ahora más que nunca, estamos por cuenta del árbitro, pero confiamos plenamente en la bondad de sus designios. Sinembargo, algo me dice, con claridad meridiana, en lo profundo del alma incomprensible, y porque lo siento en el ambiente, que aquí estamos todas y todos los graduados en 1975. Y por eso mismo, no tengo duda alguna, que el ingeniero del universo, reservará un rincón en el infinito, para celebrar con García Márquez, los cien años de la segunda oportunidad, a que tienen derecho las estirpes de Macondo.